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El País Digital
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29 enero
1997 - Nº 271

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Una gran tormenta solar afectó el 10 de enero
a la Tierra

A. R. / NASA/ESA, Madrid
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Eyección de la corona solar captada el pasado
6 de enero. (NASA / ESA)
La erupción solar registrada el pasado 6 de enero, que tres días y 20 horas después provocó en el entorno de la Tierra una gigantesca tormenta magnética, fue presenciada por toda la flotilla de satélites del Programa Internacional de Física Solar Terrestre (ISTP). Es la primera vez que estos observatorios especializados en estudiar y vigilar el Sol toman datos al unísono de un fenómeno de este tipo. (Ver gráfico)

La erupción generó una enorme nube magnetizada de partículas solares, un anillo en expansión que alcanzó a nuestro planeta, situado a 150 millones de kilómetros, el 10 de enero. El día 11 dejó de funcionar de repente el satélite de televisión Telstar-401, muy probablemente víctima de la intensa radiación generada por la erupción solar.

El efecto fue manifiesto en auroras boreales, pero en esta ocasión la tormenta magnética no produjo, al parecer, cortes en el suministro de energía eléctrica en ningún sitio, como sucedió en América del Norte en 1965 y 1977, cuando millones de personas se vieron afectadas.

La valiosísima información proporcionada ahora por los satélites del ISTP, junto a la obtenida en observatorios solares en funcionamiento en varios países, va a permitir describir e interpretar los mecanismos del fenómeno con gran precisión y avanzar en el conocimiento del Sol. Los expertos esperan ser capaces, dentro de unos años, de predecir las tormentas solares con antelación suficiente para alertar.

La corona

El Soho, un observatorio de la Agencia Europea del Espacio (ESA) con colaboración de la NASA, detectó la erupción solar inmediatamente. El satélite está situado entre el Sol y nuestro planeta, a 1,5 millones de kilómetros de este último. El 6 de enero tomó una imagen del Sol en que se apreciaba el borde de una enorme erupción, un fenómeno denominado eyección de masa en la corona.

Cuatro días después, otro satélite, el Wind, de la NASA, diseñado para tomar datos del flujo de partículas cargadas denominado viento solar, detectó la perturbación en el entorno terrestre. A las pocas horas, otro artefacto espacial de la NASA, el Polar, y unos equipos del Laboratorio Nacional de Los Álamos (EE UU) situados también en órbita terrestre, registraron los efectos de partículas energéticas en los cinturones de radiación de la Tierra. «La intensidad de los cinturones de radiación aumentó más de cien veces respecto a los niveles anteriores al 10 de enero y siguieron subiendo durante varios días», han declarado los científicos de Los Álamos.

Para más oportunidad, durante la tormenta solar, se estaba celebrando en Boulder (Colorado, EE UU) una reunión de investigadores y operadores de satélites con el objetivo de discutir vías para mejorar la predicción del tiempo en el espacio que afecta a los artefactos en órbita.

«Hemos logrado una visión preliminar, pero bastante completa de lo que ha sucedido en el Sol, cómo ha viajado hasta la Tierra la perturbación generada, cómo ha afectado a la magnetosfera al alcanzarla y cómo ha podido matar a un satélite de 200 millones de dólares», comentó Reeves refiriéndose al Telstar-401.

Las erupciones solares son como llamaradas magnéticas y eléctricas en la superficie de la estrella, una esfera incandescente de 1,4 millones de kilómetros de diámetro, con un volumen 1,3 millones de veces mayor que la Tierra, formada sobre todo por hidrógeno y helio, cuya combustión en reacciones nucleares en el interior la hacen radiar en todo el espectro electromagnético.

Cada segundo el Sol lanza al espacio más de un millón de toneladas de materia en forma de flujo de partículas atómicas cargadas (en su mayor parte de protones y electrones); este flujo es el llamado viento solar, especialmente intenso durante las erupciones, que se propaga hasta los confines del sistema solar,más allá de Plutón.

En el entorno terrestre, la mayoría de estas partículas son interceptadas por la magnetosfera del planeta que actúa como pantalla (a unos 60.000 kilómetros de distancia) generada por el campo magnético terrestre.

Son las partículas del viento solar que penetran en la magnetosfera las que, desviadas hacia los polos por el campo magnético, producen las auroras boreales en el Ártico y en la Antártida.

El viento solar interacciona con la magnetosfera terrestre y da lugar, en la ionosfera, a ondas electromagnéticas que alcanzan la superficie del planeta y, cuando son especialmente intensas, pueden afectar notablemente a los sistemas eléctricos y las radiocomunicaciones en lo que se denomina tormenta magnética.

El 10 de enero, cuatro días después de fotografiar la erupción solar, los instrumentos del Soho observaron cambios en los parámetros del viento solar que ya le habían alcanzado, según han informado los resposnables del ISTP. Los detectores registraron un aumento repentido de la velocidad y la densidad de este flujo de partículas que descendió unas horas más tarde.

Geometría

Pocos minutos después de los registros del Soho, el satélite Wind, situado en órbita más cerca de la Tierra y más lejos del Sol, detectó una onda de choque seguida de una nube magnética, cuya geometría está intentando averiguar los expertos descifrando la información.

El satélite Polar tomó unas impresionantes imágenes de auroras, que se corresponden perfectamente con los datos tomados por magnetómetros instalados en tierra.

La gran ausente en la cita solar de enero ha sido la misión Cluster, cuyos satélites habrían estado en óptima situación para estudiar la magnetosfera terrestre y su interacción con el viento solar. Los cuatro satélites Cluster iban en el cohete Ariane-5, que explotó el pasado mes de junio en su primer vuelo experimental, y se destruyeron.

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